¿Qué puede o podría ser un
blog, por ejemplo?
Para
uno, ahora ya, regresando como quién dice de Venus o Mercurio, que no lo sé, un
blog podría ser la escusa transitoria para tener un espacio en el que poder aterrizar
un poco y así, sencillamente poder seguir soñando y, de paso, de cuando en
cuando engrasar la estilográfica en un café cualquiera para que no se le seque la tinta en
sus entrañas, para que no fenezca de inanición.
Aunque
la idea, así en genérico (como todos), sería la comunicación.
La
idea, pues, es la palabra. La idea, en
cierto sentido y también, y como no podía ser de otro modo, es que ustedes, y/o
vosotros, conozcan mi obra pictórica (que se remonta a la tierna juventud
primera…, aunque no diré cuanto tiempo, por evidente coquetería masculina) y sobre todo, si así les parece, también mi
entorno cotidiano a través de las imágenes verbales: las bodegas, tabernas, los
cafés: esos que pretenden -¿Cómo ultima salvación?- estar fuera del tiempo y, lo que en realidad
están es fuera de la corriente del mundo, como varados en la más absoluta
intemperie de la nada…, en un verdadero desconcierto estético-existencial.
Todo
el mundo sabe o sabemos que, un entorno concreto, individual e íntimo, y en la
medida que se puede contar, es algo
único por obvio y sencillo que sea en principio; es algo que viene de los bajo
relieves de la memoria visual/emocional y por tanto, de lo no repetido, por
sencillo y poco relevante que éste entorno sea.
.
.
Pero la idea, y como uno ya empieza a
autoconocerse algo, es quizá, y sobre todo –permítaseme la sincera
impertinencia-, no ser “amable” cuando a
uno no le apetece y, sobre todo, cuando no es, además, ni siquiera mínimamente
ético. La idea… lo básico (casi hasta
sobraría el decirlo) es el no recalar en
las inquietantes aguas de esa socializante amabilidad que normalmente el
personal se autoimpone, porque sencillamente es lo correcto, lo tierno y, no
sólo lo que no hiere –ni de lejos- a gente tan delicada, sino para no levantar
ni la más mínima sospecha de nada, por nada y hacia nada. No podemos ser “sospechosos”;
es decir, tenemos la libertad, como es sabido, de practicar
nuestra propia autocensura, algo que es sumamente cotidiano y dramáticamente
admitido, ya como algo normal, en nuestra sociedad.
Escúchese,
o léase, así por un momento, en frío y en solitario, lo desagradable y hasta
obsceno que puede resultar el término.
Vean:
Autocensura
¿Qué
tal? ¿Cómo queda? ¿Mal? Pues adviértase que ni siquiera se ha escrito
en mayúsculas.
Uno,
sobre todo, ha paseado, seguramente como usted, o como tú –permítaseme el
grafismo- por casi todos los caminos de este mundo que, en esencia, pienso, son
los caminos de la observación humana.
Uno ha visto miradas y por supuesto, faltaría, le han visto/penetrado a
él también. Uno, simplemente por sentido
de ligereza (que no es otra cosa, no confundamos, más que un sentido primario
de “ética” –quizá- extemporánea) va dejando
lastre aquí y allá como en un desordenado orden vagamente calculado y
consciente. Vamos, algo así como para respirar mejor. Sólo eso, sin más altruismo.
La
mezquindad invasiva, el exceso de luz apócrifa o el simple desbordamiento de
los ríos del pensamiento en la noche infinita, es, esencialmente, lo que hay
que digerir o mínimamente ordenar para poder cruzar, a la mañana siguiente, al
otro lado del río.
Obviamente,
en el puente que cruza el río nos encontraremos todos en una u otra dirección. No obstante, sigue aterrando la posibilidad
real que existe de caerse desde el puente.
La sequía ya viene de décadas, sí, pero lo cierto es que ahora no se
sabe de dónde viene tanta agua, tan embarrada y tan fétida (perdón).
Múltiples
flecos se han quedado entre líneas, pero no es momento de extenderse más. Sólo envío un caluroso saludo a través de no
sé qué vientos a quién esto pueda leer.
Gracias.
Guillermo Cabal Jover
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