viernes, 15 de diciembre de 2017

4, mayo, 2017

El miedo, asciende (o desciende, según) por alguna de las calles que van hacia el gran río o regresan de él.

El miedo, corriente imperceptible que te coge de pronto en la esquina de una avenida.  Él, el miedo, viento leve escogiendo el recorrido por calles y plazas, al azar; aciago verso suelto o prosa desgarrada que diversifica y multiplica su corporeidad invisible, sí, porque tiene cuerpo (y quisiéramos que no tuviese cuerpo porque nos llena el estomago de aire que nos impide respirar).

El miedo; miedo y frío, frío y miedo, los dos juntos en un azaroso vuelo a ras de calle, a ras de pecho, del estomago, los pies….  Frío inverso ya a inicios de mayo, cuando el teórico –y metereológico- calor llega a las ciudades… -ay-  pero no a las almas, almas laicas que sólo desean ver la luz: la que sea y de donde venga, luz de la vida que, a veces, demasiadas, sólo vemos en declive.  Y, el declive, ¿qué es?  El declive es una abstracción que normalmente sólo habita en nuestro pensamiento y nos puede arrastrar a “la muerte en vida” muy anticipadamente, con urgencia y a destiempo.


Pero tú, tú, ya sin preámbulos… ¿tú me amas?  Y si me amas,  ¿quién eres tú? 


Téc. mixta sobre lienzo (pequeño formato). Obra de 2015. Incierta soledad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario