4, mayo, 2017
El miedo, asciende (o desciende,
según) por alguna de las calles que van hacia el gran río o regresan de él.
El miedo, corriente imperceptible que
te coge de pronto en la esquina de una avenida.
Él, el miedo, viento leve escogiendo el recorrido por calles y plazas,
al azar; aciago verso suelto o prosa desgarrada que diversifica y multiplica su
corporeidad invisible, sí, porque tiene cuerpo (y quisiéramos que no tuviese
cuerpo porque nos llena el estomago de aire que nos impide respirar).
El miedo; miedo y frío, frío y miedo,
los dos juntos en un azaroso vuelo a ras de calle, a ras de pecho, del
estomago, los pies…. Frío inverso ya a inicios
de mayo, cuando el teórico –y metereológico- calor llega a las ciudades…
-ay- pero no a las almas, almas laicas
que sólo desean ver la luz: la que sea y de donde venga, luz de la vida que, a
veces, demasiadas, sólo vemos en declive.
Y, el declive, ¿qué es? El
declive es una abstracción que normalmente sólo habita en nuestro pensamiento y
nos puede arrastrar a “la muerte en vida” muy anticipadamente, con urgencia y a
destiempo.
Pero tú, tú, ya sin preámbulos… ¿tú
me amas? Y si me amas, ¿quién eres tú?
Téc. mixta sobre lienzo (pequeño formato). Obra de 2015. Incierta soledad.
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